Efemérides Novedades

San Martín y el cruce de Los Andes

Escasas son las gestas humanas que tienen las dimensiones de la hazaña del Ejército de Los Andes. Y aún menos si en los fines se busca la emancipación de un continente. José de San Martín tenía una sola misión desde que desembarcó en Buenos Aires en 1812, tras casi tres décadas en Europa: liberar a sus compatriotas americanos del yugo español. Tamaña fuerza era capaz de organizar donde no había organización, sea a sus granaderos como el Ejército del Norte que tomó de manos de su admirado Manuel Belgrano, o atravesar montañas de dudas y resistencias, como el encono de adversarios políticos en Buenos Aires, Santiago y Lima. Por lo tanto, para él la Cordillera de Los Andes era una prueba más a su férrea determinación, una medida de la inmensa magnitud de sus ansías de libertad. “Lo que no me deja dormir es, no la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino atravesar estos inmensos montes”, decía el Libertador.

Uno de los óleos que refleja el cruce de la cordillera de los Andes.

La increíble epopeya del cruce de los Andes

El 17 de enero de 1817 partió del campamento de El Plumerillo, en Mendoza, la vanguardia de las tropas del General San Martín. Fruto de su genio político y militar se completó la proeza de trasladar a su ejército con todos sus pertrechos, artillería y caballos a través de la cordillera más alta de América. Una gigantesca operación que aún se estudia en las academias militares y asombra al mundo

El domingo 5 de enero de 1817 fue un día de fiesta en la ciudad de Mendoza. Un general correntino de 39 años, de marcado acento español, presentaba en tierra cuyana un ejército, hasta entonces sin precedentes, para liberar a chilenos y peruanos.

El 12 de septiembre de 1814 José de San Martín cumplió su primera parte del plan: asumió como gobernador de Cuyo, una jurisdicción recientemente creada que comprendía Mendoza, San Juan y San Luis donde vivían unas diez mil personas, además de tres mil emigrados chilenos. Desde allí se lanzaría a conquistar “esos montes”, como él llamaba a la imponente Cordillera de los Andes.

José de San Martín en la época en que era gobernador de Cuyo.

En Mendoza vivió junto a su esposa Remedios en una casa que el cabildo le alquiló a Trinidad Alvarez, en la actual calle Corrientes 343. Destruida por el terremoto de 1861, por años funcionaría en esa dirección un taller mecánico. Hoy es el Museo de Sitio y Centro de Interpretación Casa de San Martín. Ahí nació su hija Mercedes, el 24 de agosto de 1816.

Todo era parte de su proyecto que ya trajo en su cabeza cuando desembarcó en Buenos Aires en marzo de 1812. Cuando por fin se declaró la independencia el 9 de julio de 1816 bastaron dos días con sus noches para arreglar toda la operación con el flamante director supremo, Juan Martín de Pueyrredón. “Ya no nos resta más que empezar la obra”, escribió.

Entendió que para llevar adelante su plan libertador debía generar recursos, más allá de la ayuda del gobierno. Para ello construyó un consenso con el sector mercantil local y arregló algunos conflictos entre los cabildos de Mendoza y San Juan. La situación se complicó cuando el 2 de octubre de 1814, con la derrota de Rancagua, Chile cayó bajo el dominio español, y se cortó el comercio con Mendoza, que dependía en gran medida de las divisas que ese intercambio generaba.

San Martín se dedicó a estimular la producción, reactivando el comercio local de vino, aguardiente, fruta seca y harina; amplió las áreas cultivables con la apertura de canales de riego, le dio un impulso a la minería y a los artesanos locales. En el tema social, armó dispensarios, en los que se aplicaba la vacuna antivariólica e instrumentó medidas de prevención contra la rabia.

Los fondos generados le ayudaron a iniciar un proceso de militarización inédito. Para ello, a escasos cinco kilómetros al noroeste de la ciudad de Mendoza, le encomendó al tucumano José Antonio Alvarez Condarco, cartógrafo y experto en explosivos el diseño de un campamento militar. El Plumerillo fue el núcleo del origen del poder militar pensado y diseñado por San Martín, quien había hecho convocar a los escuadrones de sus granaderos, desperdigados en distintos puntos del país.

Contaba con galpones, divididos por compañías, con alojamiento para oficiales, barracas para la tropa y otras construcciones. Los granaderos estaban alojados en barracas aparte. En el centro había una gran plaza, donde se desarrollaban ejercicios de instrucción, y sobre uno de los fondos del cuartel, un inmenso paredón servía para las prácticas de tiro. Cuando se liberó Chile, El Plumerillo fue desmantelado, se devolvieron los materiales a sus donantes, y los sobrantes se repartió entre la gente humilde para que pudieran construir sus casas.

Monumento que recuerda el emplazamiento del campamento de El Plumerillo, en Mendoza.

El cura Beltrán

Entre los miles de emigrados de Chile, había un franciscano fanático de la ciencia, de la matemática, de la física y de la química, que ya en ese país se había metido de puro curioso en los talleres del ejército de O’Higgins y le había reorganizado el trabajo. Con esos antecedentes, en marzo de 1815 San Martín nombró a fray Luis Beltrán teniente segundo del tercer batallón de artillería y lo puso al frente de la incipiente maestranza y talleres, que el cura transformó en un numeroso equipo de 700 herreros, artesanos y obreros que los turnos rotativos hicieron que el trabajo nunca parase.

Beltrán quedaría ronco para siempre por los constantes gritos y órdenes que, incansablemente, impartía. Todo metal existente en el territorio fue fundido en sus fraguas, de las que salieron municiones, balas de cañón, espadas, fusiles, lanzas, herraduras, uniformes y calzados. También inventó arneses y carros para transportar la artillería por la montaña. “Célebre, digno, incansable”, lo describió en sus memorias el capitán de artillería, el inglés Guillermo Miller, que combatió en las filas patriotas como oficial de artillería.

Fray Luis Beltrán en plena tarea, cuando debió ponerse al frente de la fabricación del armamento que usaría el Ejército de los Andes.

Alvarez Condarco

“Las medidas estaban tomadas para ocultar al enemigo el punto de ataque. Si se consigue y nos dejan poner pie en el llano, la cosa está asegurada. En fin, haremos cuanto se pueda para salir bien, pues sino todo se lo lleva el diablo”, escribió San Martín a Tomás Guido. Así que debió engañar y confundir al poderoso ejército español que aguardaba del otro lado de la cordillera.

Determinó cruzar por seis pasos, dos principales, el de los Patos y Uspallata y cuatro secundarios: Come caballos, Guana, Portillo y Planchón. Era una empresa que guardaba similitud con un plan inglés de 1800 presentado por el Mayor General Thomas Maitland y que fuera revelado en un apasionante trabajo de Rodolfo Terragno. Mandó a Chile supuestos desertores que revelaban distintos planes, que no hicieron más que confundir a los godos.

 

Alvarez Condarco tuvo a su cargo el diseño del campamento de El Plumerillo y desarrolló delicadas misiones encargadas por San Martín.

Con la excusa de enviar una copia oficial del acta de la independencia de las Provincias Unidas al gobernador español Casimiro Marcó del Pont, San Martín encomendó a Alvarez Condarco que cruzase a Chile por el paso de los Patos. Debía memorizar todos los detalles ya que si lo sorprendían con anotaciones equivaldría a fusilarlo por espía. Sabía que Marcó del Pont intimaría a Álvarez de Condarco a regresar por el paso más corto, el de Uspallata, cosa que sucedió, aunque estuvo a punto de ser fusilado. De todas formas, se tuvo el relevamiento de los dos pasos principales.

No dejó ningún detalle librado al azar. En una reunión celebrada en el fuerte de San Carlos, a 200 kilómetros al sur de Mendoza, le pidió permiso al cacique pehuenche Ñancuñan para pasar por sus tierras, al pie de la cordillera. Sabía que la información se filtraría a los españoles.

San Martín había logrado armar un ejército de 5423 hombres, de los cuales unos 3600 eran cuyanos. También se reclutaron 710 esclavos que fueron a engrosar la infantería. Pensar que cuando se había hecho cargo de la gobernación, lo acompañaban 180 reclutas del Batallón N° 8 de Buenos Aires.

Del otro lado de la cordillera, aguardaban 7600 españoles. Aunque no sabían dónde hacerlo.

La bandera

Fue en la cena de la Nochebuena de 1816 que San Martín propuso a las mujeres allí reunidas la confección de una bandera. Mercedes Alvarez, Margarita Corvalán, su esposa Remedios y Laureana Ferrari, futura esposa de Manuel Olazábal, tuvieron la tarea de confeccionarla. El general le indicó que debía estar lista para el día de su jura, prevista para el 5 de enero. Fue difícil hallar la tela adecuada, pero en la madrugada de ese día estuvo lista.

Bandera del Ejército de los Andes.

Ese 5 de enero, a las cinco de la mañana, el ejército salió de El Plumerillo, haciendo sonar sus tambores. A la ciudad de Mendoza, con sus calles engalanadas, ingresaron por la cañada y fueron recibidos con los repiques de las campanas de las iglesias. Los jefes y oficiales se dirigieron al Convento de San Francisco y consagraron a la Virgen del Carmen patrona del ejército. En la iglesia matriz el canónigo José Lorenzo Güiraldez bendijo a la bandera, colocada en una bandeja de plata, además del bastón de mando y el sable de San Martín, y luego se celebró misa, con procesión incluida.

A las cuatro de la tarde, de vuelta en El Plumerillo, se hizo la jura. “Soldados. Esta es la primera bandera que se ha levantado en América. Jurad sostenerla, muriendo en su defensa, como yo lo juro”, alentó San Martín.

En la ciudad hubo tres días de fiesta. Y las autoridades organizaron comidas y recepciones para los oficiales y hasta hubo una corrida de toros.

Era momento de aplicar el operativo engaño que había ideado San Martín. Primero partieron divisiones ligeras que fueron seguidas, el día 9, por 40 infantes y 100 de caballería que cruzarían por el Paso de Guana, en San Juan. Otros 130 infantes lo harían por Come Caballos, en La Rioja. Los 80 infantes y 25 granaderos al mando de Freire cruzarían por El Planchón, en el sur mendocino y 55 hombres por El Portillo, un poco más al norte que el anterior.

Las rutas del Cruce de los Andes por el Ejército Libertador

El 17 partió la vanguardia y luego lo hizo el grueso del ejército que alcanzaría Chile por los dos pasos centrales, Los Patos y Uspallata. El 19 fue el turno de la división más numerosa, al mando de Estanislao Soler, Bernardo O’Higgins y José Matías Zapiola.

El frente de los cruces ocupó 800 kilómetros y San Martín calculó que para el 21 ya habrían de haber dejado la provincia.

Se llevaron 120 disparos para cada pieza de artillería, 900 mil cartuchos de fusil y 180 cargas de armas de repuesto. La expedición incluía médicos y sus encargados; una compañía de obreros; 120 trabajadores con sus herramientas para hacer transitables los caminos; 1200 hombres de milicias encargados de las mulas de repuesto y el transporte de la artillería. Entre la carga se contaban provisiones para 15 días para 5200 hombres y 113 cargas de vino para suministrar a cada soldado una botella diaria.

La alimentación prevista era carne curada, sazonada con pimienta; se llevaron además 700 bueyes y la dieta incluyó maíz tostado, galleta y una importante cantidad de cebolla y ajo, éste último indispensable para combatir el apunamiento, especialmente en los animales, a los que se debía refregar con ajo sus hocicos. De las 9281 mulas y 1600 caballos, solo 4300 mulas y 500 caballos llegaron a Chile.

 


Juan Martín de Pueyrredón, director supremo, valioso aliado de San Martín.

San Martín solo llevaba 14.000 pesos para todo el ejército. Bartolomé Mitre describió que iba vestido con una chaqueta y abrigado con pieles de nutria y arriba un capote de campaña. Calzaba botas granaderas con espuelas de bronce, ceñido a su cintura su sable corvo comprado de segunda mano en una tienda de Londres y su típico sombrero falucho atado y, por las dudas, sostenido por un pañuelo, debido a los fuertes vientos.

Tenía problemas de salud. En 1814 había comenzado a sufrir de úlcera, que se revelarían en ataques de sangre, como él los describía y ya, estando en Mendoza, para poder dormir, debía hacerlo sentado en una silla, producto seguramente del asma.

Aun así, llegó a Chile al frente de su ejército. Luego de algunas escaramuzas con avanzadas realistas, el 10 de febrero las dos columnas principales se reunieron en la cuesta de Chacabuco. La mayor locura de la historia ya era una genial realidad.

Los cóndores del Aconcagua cobijaron a un hombre que repetía mirando a los ojos de su pueblo, que marchaba junto a él: “Seamos libres y lo demás no importa nada”.

Fuentes:

Soria, D. y Elissalde, R. – Tucillo,

F. artículos en especial “A 200 años del Cruce de los Andes” en revista Todo es Historia, Nro. 594. Enero 2017, Buenos Aires;

Diario Infobae.

Levene, G. Historia Argentina. Buenos Aires: Editorial Campano;

Cutolo, V. Nuevo Diccionario Biográfico Argentino. Buenos Aires: Editorial Elche. 1983.